Estimadas Socias y Socios de ANEC,
La luz de la vida abandonó ayer a Nelson Mandela.
Tenía un rostro negro pero un alma muy blanca, prístina, transparente, inconmensurable, en la que no cabían odios ni rencores.
Era un alma en la que entraban todos los negros del mundo, también los sudacas, los chicanos y los portorriqueños. Allí cabían todos los excluidos y segregados del mundo.
En su mente batallaban todos los pensamientos por la redención del género humano, incluyendo a los blancos que lo tuvieron media vida preso en una mazmorra, sin nombre, nada más que un número: 466/64, como si eso pudiera poner un armisticio en sus pensamientos y en su lucha por la Justicia y la Libertad.
Nelson Mandela, Abogado, inició desde muy joven un juicio con la historia, sin afanes personales y sin desear para él otra cosa que no fuera lo que tenían derecho el resto de las personas, a quienes respetaba por su condición humana y no por el color de su piel, su edad o su ideario. La tolerancia fue la virtud que le dio fuerzas para superar la adversidad y la justicia social fue la meta de su camino.
Enfrentó al blanco que no quería al negro nada más que como un animal de trabajo. Cargó contra los Boers que habían ensangrentado de negro los territorios africanos y enfrentó todos los poderes más duros de su tierra sin más fuerza que su corazón y su ideario. Su ejemplo, su fortaleza, su inclaudicable convencimiento de ser portador de la razón más pura, hizo que lentamente muchos siguieran sus pasos hasta que al fin, con el correr de los años, primero fue liberado y después ungido como el Primer Presidente Negro de la República de Sudáfrica, en la que por muchos años el Apartheid fue la forma de vida nacional, en la que los blancos lo tenían todo y los otros no tenían nada, salvo su alma humana.
En el poder presidencial no segregó a nadie. Los blancos competentes y respetuosos tuvieron su lugar junto a él, especialmente, el último presidente blanco, Frederik de Klerk, con quien mantuvo una digna amistad, recibiendo ambos el premio Nobel de la Paz, en 1993. Contra viento y marea, en 1995 y con una oposición cerrada de la mayoría de los dirigentes negros, apoyó viva y entusiastamente a un modesto equipo de Rugby, 14 blancos y un negro, en el mundial de ese deporte a jugarse en su tierra natal. Puso tal fuerza y vigor en el corazón de esos jugadores, sin mirarles el color y los instó a ser campeones mundiales, cuando todos reconocían que no tenían el talento paro ello. Sin embargo, con Mandela delante ellos, y con un estadio lleno de negros que habían abandonado su propio segregacionismo, para ser parte de la fiesta deportiva, enfrentaron a los poderosos “Old Black”, neozelandeses, invictos y favoritos, y resultaron impensados campeones mundiales y Sudáfrica unida fue un solo corazón cuando Mandela les entregó la preciada copa de campeones. Mandela enseñó así que el corazón puede más que las piernas cuando hay una razón superior: unir a un país, por sobre su historia de racismo. Mandela enseñó así y nosotros, los sudacas de este mundo, debemos seguir su ejemplo.
Mandela, Hermano, ahora solo tengo una sola palabra para ti: RECUERDO.
RAFAEL REYES VALENZUELA
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